Isabella Pires notó por primera vez lo que ella llama la “pandemia de apatía gradual” en octavo grado. Solo un puñado de compañeros de clase se inscribieron en proyectos de servicio que ella ayudó a organizar en su escuela de Massachusetts. Incluso menos se presentaron.
Cuando llegó al noveno grado de la escuela secundaria el otoño pasado, Isabella descubrió que el problema era aún peor: una Spirit Week, tambié conocida como la Semana del Espíritu, "mediocre" y clases en las que los estudiantes rara vez hablaban.
En cierto modo, es como si a los estudiantes “simplemente les importara menos y menos lo que la gente piensa, pero también les importara más de alguna manera”, dijo Isabella, de 14 años. A algunos adolescentes, agregó, ya no les preocupa parecer desinteresados, mientras que otros tienen tanto miedo al ridículo que se mantienen solos. Ella culpa a las redes sociales y al aislamiento persistente de la era posterior a la pandemia de COVID-19.
Los educadores dicen que sus planes de lecciones ensayados y comprobados ya no son suficientes para mantener a los estudiantes interesados en un momento de problemas de salud mental, períodos de atención más cortos, asistencia reducida y empeoramiento del rendimiento académico. ¿En el centro de estos desafíos? La adicción a los celulares. Ahora, los adultos prueban nuevas estrategias para revertir el malestar.
Las prohibiciones de teléfonos celulares ganan terreno, pero muchos dicen que no son suficientes. Abogan por una estimulación alternativa: dirigir a los estudiantes al aire libre o hacia actividades extracurriculares para llenar el tiempo que de otro modo podrían pasar solos en línea. Y los estudiantes necesitan salidas, dicen, para hablar sobre temas tabú sin miedo a ser “cancelados” en las redes sociales.
“Para que los estudiantes se involucren ahora, hay que ser muy, muy creativo”, dijo Wilbur Higgins, profesor de inglés en la secundaria Dartmouth, donde Isabella será estudiante de 10mo año este otoño.
Guárdelos bajo llave
Las bolsas para celulares, los casilleros y los contenedores para teléfonos celulares han ganado popularidad para ayudar a hacer cumplir las prohibiciones de utilizar dispositivos.
John Nguyen, profesor de Química en California, inventó un sistema de bolsas porque le angustiaba mucho el acoso y las peleas por celular durante la clase, a menudo sin la intervención de los adultos. Muchos profesores tienen miedo de enfrentarse a los alumnos que utilizan el teléfono durante las clases, dijo Nguyen, y otros se han rendido y ya no intentan detener su uso.
En la escuela de Nguyen, los alumnos meten sus teléfonos en bolsas de neopreno durante las clases o incluso durante todo el día. La llave magnética de un profesor o director abre las bolsas.
No importa lo dinámica que sea la lección, dijo Nguyen, quien enseña en la escuela secundaria Marina Valley y ahora vende las bolsas a otras escuelas. “No hay nada que pueda competir con el celular”.
Haga algo (más)
Algunas escuelas guardan bajo llave los relojes inteligentes y los auriculares inalámbricos también. Pero las bolsas no funcionan una vez que suena la campana final.
Por eso, en Spokane, Washington, las escuelas aumentan las actividades extracurriculares para competir con los celulares fuera del horario escolar.
Una iniciativa que se lanzará este mes, llamada “Engage IRL” (Involúcrate en la vida real), tiene como objetivo brindar a cada estudiante algo que le resulte atractivo después de la rutina de la jornada escolar, ya sea un deporte, artes escénicas o un club.
“Aislarte en tu casa cada día después de la escuela durante horas y horas con un dispositivo personal se ha vuelto normal”, subrayó el superintendente Adam Swinyard.
Los estudiantes pueden crear clubes en torno a intereses como juegos de mesa o tejido, o participar en ligas de baloncesto del vecindario. Los profesores ayudarán a los estudiantes a elaborar un plan para participar durante las conferencias de regreso a la escuela, dice el distrito.
“De 3:00 a 5:30 estás en un club, practicas un deporte, estás en una actividad”, en lugar de en un celular, expuso Swinyard. (El distrito tiene una nueva prohibición de uso de celulares durante las clases, pero los permitirá después de la escuela).
En un momento de alto ausentismo, también espera que las actividades sean el empujón adicional que algunos estudiantes necesitan para asistir a la escuela. En una encuesta de Gallup realizada en noviembre pasado, sólo el 48% de los estudiantes de secundaria respondieron que se sentían motivados para ir a la escuela, y sólo el 52% sentía que hacía algo interesante todos los días. La encuesta fue financiada por la Walton Family Foundation, que también apoya el periodismo ambiental de la AP.
Vivian Mead, estudiante de último año en Spokane, opinó que tener más actividades después de la escuela ayuda, pero no funciona para todos.
“Definitivamente todavía hay algunas personas que sólo quieren estar solas, escuchar música, hacer sus propias cosas o estar metidas en su teléfono”, dijo Vivian, de 17 años.
Su hermana de 15 años, Alexandra, refirió que las sesiones de asesoramiento matutinas han mejorado la participación en el club de teatro que mantiene ocupadas a las hermanas.
“Obliga a todos —incluso si no quieren involucrarse— a tener que intentar algo, y tal vez eso resuene (en ellos)”, agregó.
Salir al exterior
Trece escuelas de los primeros tres grados de secundaria en Maine adoptaron un enfoque similar, y llevaron a los estudiantes al aire libre durante un total de 35,000 horas durante una semana elegida en mayo.
Es motivador para los estudiantes conectarse entre sí en la naturaleza, lejos de las pantallas, dijo Tim Pearson, profesor de educación física y salud. Sus estudiantes en la escuela Dedham participaron en el desafío estatal “Life Happens Outside” (La vida sucede en el exterior).
Los profesores adaptaron sus lecciones para que se impartieran al aire libre, y los estudiantes se vincularon unos con otros al aire libre durante el almuerzo y el recreo. Por la noche, aproximadamente la mitad de los estudiantes de Dedham acamparon, incentivados por una fiesta con pizza. Varios estudiantes le dijeron a Pearson que acamparon nuevamente después del desafío.
“Ya sea que tengan teléfonos con ellos o no, están haciendo fogatas, están levantando sus tiendas de campaña”, dijo Pearson. “Están haciendo cosas en el exterior que obviamente no son en las redes sociales ni mediante mensajes de texto”.
Solicite apoyo a los padres
Los padres también deben hacer cambios en la cultura del teléfono celular de su familia, dicen algunos docentes. En casa, Aaron Taylor, profesor en Ohio, prohíbe los dispositivos celulares cuando sus propios hijos reciben amigos en casa.
Y cuando los chicos están en la escuela, los padres no deberían distraerlos con mensajes de texto para saber cómo están a lo largo del día, dijo.
“Los estudiantes están muy apegados a sus familias”, agregó Taylor, quien enseña en la secundaria Westerville North, cerca de Columbus. “Existe esta ansiedad de no poder contactarlos, en lugar de apreciar la libertad de estar solo durante ocho horas o con tus amigos”.
Combatir el miedo de ser “cancelados”
Algunos dicen que otras fuerzas detrás del desinterés adolescente se amplifican con el teléfono celular. El clima político divisivo a menudo hace que los estudiantes no estén dispuestos a participar en clase, cuando cualquier cosa que digan puede difundirse por toda la escuela en una aplicación de mensajería.
Los estudiantes de inglés en la escuela secundaria de Taylor le explican que no hablan en clase porque no quieren ser “cancelados” —un término que se aplica a las figuras públicas que son silenciadas o boicoteadas después de opiniones o discursos ofensivos.
“Yo respondo: ‘Bueno, ¿quién te va a cancelar? ¿Y por qué te cancelarían? Estamos hablando de `The Great Gatsby”, no de algún tema político polémico, refirió.
Los estudiantes “se quedan muy, muy callados” cuando se abordan temas como la sexualidad, el género o la política en las novelas, dijo Higgins, el profesor de inglés de Massachusetts. “Hace ocho años, las manos se levantaban por todos lados. (Ahora) nadie quiere que lo etiqueten de una determinada manera, que lo ridiculicen o que lo señalen por sus posturas políticas”.
Debido a eso, Higgins utiliza sitios web como Parlay, que permiten a los estudiantes tener debates en línea de forma anónima. Los servicios son caros, pero Higgins cree que la participación en clase vale la pena.
“Yo puedo ver quiénes son cuando responden a preguntas y cosas, pero otros estudiantes no pueden verlo”, explicó Higgins. “Eso puede ser muy, muy poderoso”.
Alarmada por la falta de compromiso de sus compañeros, Isabella, la estudiante de Higgins, escribió un artículo de opinión en el periódico de su escuela.
“Evitar que las generaciones futuras se sumen a este mismo ciclo descendente depende de nosotros”, escribió.
Un comentario en la publicación destacó el desafío y lo que está en juego.
“En resumen”, escribió el comentarista, “¿por qué nos debería importar?”